martes, 12 de junio de 2018

QUE SAN FRANCISCO PROTEJA NUESTROS GEMELOS

Vencemos nuestros vicios y en vez de echar unas monedas a la tragape del aeropuerto nos damos al café al calor del wifi. Una mesa, cuatro personas, cero conversación y pura emoción porque nos vamos a San Francisco. Tan pura era la emoción que Vero tiró su cafele y en su móvil los audios nunca volvieron a sonar bien. Es nuestra última parada en este viaje y Cheli mira su café y ansía reencontrarse con una café en condiciones que una vez tomó en San Francisco… Todo era emoción y fantasía hasta que aterrizamos y vivimos el primer drama junto a la cinta de recogida de equipaje. ¡La maleta de Cheli no aparece! ¡Es una putada en toda regla!  “¡igual tenía que haber metido en el bolso las bragas de Las Vegas porque no tengo nadaaaaa!” clamaba Cheli con razón. Enseguida nos ponemos con la reclameishion y nos hacemos entender a la perfección gracias a que esta gente sabe idiomas, en concreto castellano. En cuanto aparezca nos la envían al alojamiento, mientras tanto vamos pensando qué looks le podemos ofrecer a la damnificada. Rezamos también porque aparezca pronto la maleta porque gracias a nuestra colada de Las Vegas irá limpia, pero seguramente irá mamarracha ( y apretada) también. 

Una vez instalados en nuestro alojamiento, habiendo realizado nuestras tareas cotidianas de la santería y nuestras cosas aprendidas en New Orleans, con la Patrona en su santuario, al ladito de la Holly  bible, y un libraco de SanFran pidiendo que interceda en el asunto de la maleta perdida… ¡nos lanzamos a las calles!

El "altarsito"


¡Qué cuestas maricón! ¡Los gemelos de acero vamos a llevar! ¿Qué no os lo creéis?  Pues aquí una prueba. Este autobús atascado porque el grado de inclinación de las calles no le permite circular. Vamos que se ha comido toda la cuesta el choferra.




Y allí que vamos calle arriba todo el rato, como si fuéramos turistas normales, a hacernos las míticas fotos en Lombard Street. Pero como somos Tordas nuestros comentarios entre jadeos van desde “madre mía, como me tropiece aquí bajo rodando y lo mismo aparezco en Zabalburu”, hasta, “muy guay vivir aquí, pero vamos, estarán hasta la mismísima peineta los residentes con tanto tráfico guiri grabándose la bajadita”.




En todo lo alto nos pusimos, hasta nos subimos a un petril, no sin antes comprobar que no había desfibrilador ni nada alrededor, un desastre de organización según nuestro personal sanitario. 






















Y oye, que te pones a bajar, y te plantas en los muelles en nada y menos. ¡Qué maravilla! Ese paseíto bastó para que SanFran nos conquistara. 


En los muelles hay un rollo diferente, todo tipo de gente, sol, mar, un ajetreo tranquilo, mil curiosas tiendas y chiringuitos  que ver, el reencuentro de Cheli con un café bueno (aunque tuviera que decirle al camarero hasta tres veces “Stop!” para que no se lo aguachinara a base de leche), museos, fragatas de la II Guerra mundial…Un sinfín de cosas para ver, para hacer, para comer, un estímulo para los sentidos y de repente te encuentras con los verdaderos protagonistas. ¡Los leones marinos! Hacen su vida en el Pier 39, y tienen un algo hipnótico cuando están al sol viendo la vida pasar. Torpes movimientos en tierra, muy ágiles en cuanto se sumergen. Nos dan hasta envidia oye.















Abrimos apartado para seriéfilos… ¿Quién es él o la inconsciente que no se acuerda del tío Jessie? ¿Qué familia al completo atravesaba el Golden Gate en descapotable sin cinturones de seguridad ni nada, así a lo loco? ¿En qué serie vimos crecer a las gemelas Olsen? ¡¡¡¡PADRES FORZOSOS!!! Pues allá que nos fuimos a elegir casita para cuando nos mudemos a San Francisco. Y cuando lo hagamos llevaremos todos nuestros accesorios capilares porque ahora, con el viento, la humedad y el salitre de la costa entendemos la obsesión del Tio Jessie por su pelo. Pero es que, pelo fosco en Sanfran tiene que ser mal (todo el rato).
 De precio no sabemos que tal, pero de pinta buenísima oye, y con un peazo de parque verde ahí mismo para vaguear un rato maravilloso (que quedaba precioso en la cabecera de la serie).







Precioso atardecer y bonito paseíto nocturno por Little Itali buscando sitio para cenar. Le echamos el ojo a uno que estaba hasta la bandera. Ni nos guiábamos por recomendaciones, ni nos hacía especial ilusión esperar para cenar, básicamente es que somos muy peliculeras y el dueño del local encajaba perfectamente en nuestras mentes tordiles. Pelo moreno engominado hacia atrás, cadenaca de oro al cuello, anillaco de idem en la mano, recibiendo y despidiendo clientes próximo a la barra, organizando camareros, dirigiendo el cotarro, orgulloso de su ascendencia italiana, haciendo gala de ella…¡de la mafia de toda la vida! ¡Primo de Scarface mínimo! Lo vimos claro, tan claro que decidimos esperar por nuestra mesa, eso sí, esperamos tomando un jariguay en un bar aledaño.

Tenemos que mirarnos esto del juego porque aquí es donde comenzó nuestra lamentable carrera en el mundo del billar. Vimos la mesa, jariguay en mano nos vinimos arriba y nos lanzamos a por los tacos. El que controlaba el juego no dio pie con bola, así que imaginaros el resto. Aquello fue un festival de posar taco en mano en plan muy profesional, de piques, de risas y de no meter bola. Confesamos que nos hemos venido muy arriba con el tema billar y casi todas las noches hemos buscado un garito en el que tomarnos algo mientras intentamos no rasgar el tapete con el taco. Nuestro juego no ha progresado adecuadamente, pero hemos encontrado camareras majísimas y hemos dejado huella en los macarras locales. Sobretodo Cheli y su camiseta con el lema “whatever” en el pecho. ¡qué éxito oye! Todo el mundo le daba el O.K., le sonreía…Es lo que pasa cuando la gente a tu alrededor controla inglés. ¡Venga todos a mirar la traducción! Y ahora la visualizáis taco en mano marcándose un dirty dancing alrededor de la mesa de billar ¡ojipláticos estaban los macarras con semejante despliegue artístico! Menos mal que nuestro mafioso italiano nos esperaba para cenar, si no lo mismo nos la contratan en el garito.



( Madre mía que lamentable espectáculo dábamos a diario)








Tuvimos que esperar un poquito más a la puerta del local, pero no nos importó, porque aparte de los policeman que nos saludan sin parar, resulta que los firemans también están para entretener al turismo. Ese mítico camión de bomberos pasando lentamente, con fan loca borracha saludando como si fueran Justino Bieber y con bomberos saludando que ya quisiera Elisabeth de Inglaterra. Un momento muy manifa del SanFran Pride, muy omenaldi a “Priscila, reina del desierto”, en definitiva, muy fans de los firemans. Mucho más porque a lo largo de nuestra estancia hemos descubierto que les llaman absolutamente para todo. No ha habido día que no les hayamos visto al menos un par de veces y nos parecen excesivos incendios así que creemos que va a ser verdad lo de rescatar gato en árbol y emergencias de ese tipo.

Y por fin nos dieron mesa y nos sentamos a cenar. Y descubrimos que el mafioso despedía a los clientes abrazo mediante, y al principio no nos pareció ni medio bien, pero una vez que los jariguais entraban en sangre y nuestros jugos gástricos cumplían sus funciones nos pareció que no podíamos abandonar el local sin abrazo. Por supuesto, abandonamos el local sin abrazo mafioso ¡Qué disgusto! Muy tonto el disgusto, lo sabemos.


la nona y el nono (suponemos)

Nuestra cara de oler a mierda creyendo que no podíamos encontrar una pasta mejor que en la propia Italia pero, ojocuidau con la cocina del mafias.




De camino al alojamiento recapacitamos y pensamos que lo mismo hemos salvado nuestras vidas porque el abrazo mafioso igual es una variante del beso mafioso…nos estamos preparando para nuestra próxima visita a Alcatraz.


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