sábado, 2 de febrero de 2019

EL TOUR DE LA ALEGRÍA

Todo eran risas, desayunos, tontunas en Alemán, o lo que nosotras consideramos que decimos en ese idioma, que no le pillamos la pronunciación oye. Todo el rato metemos una vocal donde no hay. En fin, que todo era alegría, disfrutando de nuestro viaje en tren hacia Oranienburg, redactando, posando sin querer ante la cámara de Marta, que se hace la dormida la jodía pero en cuanto te descuidas te mete un flashazo.

Todo bien hasta que llegamos a nuestro destino, el campo de concentración de Sachsenhausen. Os lo advertimos, es una visita dura pero creemos que necesaria, y no somos las únicas. Allí nos enteramos que los escolares alemanes están obligados a visitar, al menos una vez, algún campo de concentración o de exterminio. Aprender de la historia para que no vuelva a ocurrir. Algo similar pasa con la policía, estudian historia, que el brazo armado de la ley sea consciente de lo que pasa cuando se pasan al lado oscuro. Mientras tanto en España, a vueltas con la momia y la bandera anticonstitucional. Lo de país de pandereta se está empezando a quedar corto.



Aclaramos que Sachsenhausen comenzó siendo un campo de concentración que terminó convirtiéndose en campo de exterminio, instalando un horno crematorio, por las “exigencias” de la locura nazi. Hay otros como el de Auschwitz que fueron pensados desde inicio para el exterminio. No se les puede negar una cosa, y es que si se ponen a hacer las cosas bien, pues las hacen bien los puñeteros. Una base triangular, con una torre dominante en uno de los vértices equipada con una ametralladora arriba del todo controlando todos los barracones. Ni un punto ciego y alambrada electrificada alrededor. Nos da la bienvenida una puerta de hierro con la leyenda “El trabajo os hará libres” (hay que tener mala idea). La atmósfera cambia, es instantáneo e incluso físico, al menos 30.000 personas murieron injustamente aquí y se percibe. No sabemos cómo describirlo, pero instintivamente bajamos las voces y nos hacemos pequeñitas, porque el lugar es abrumador. Las descripciones de lo que les hacían no nos entran en la cabeza. Ese nivel de tensión, la violencia, el hambre, el sufrimiento y la muerte como rutina diaria. Ese atisbo de esperanza (“el trabajo os liberará”) que solo es humor negro nazi porque de ahí no se sale. Ese buscar nuevas formas de matar más efectivas y que traumatizasen lo menos posible a los asesinos, que no eran más que unos niñatos imbuidos de poder a los que la conciencia terminaba por pasar factura. La visita es dura pero necesaria. En la historia todo esto ocurrió ayer, aprendamos para que no se repita.


Los barracones, la alambrada, e incluso el frío que se vivió allí se perciben aun siendo un día soleado. Todo nos afectaba y nos daba vuelta a la cabeza y a nuestra comprensión. No es que una se ponga a diario a pensar en el exterminio nazi, lo que sí es cierto es que durante bastante tiempo nos ha costado dejar de pensarlo.


La enfermería como no, era lugar deseado por las “pseudo Nightingales” pero no sintieron que las 4 paredes que quedaban representasen nada que tuviera que ver con ellas. Allí no se curaba; allí se mantenía viva a la gente para “producir”, y se experimentaba para avanzar en medicina para su propio beneficio y el de algunas famosas farmacéuticas que aún a día de hoy deberían implorar perdón.


Nos costó muchísimo quitarnos las sensaciones de Sachsenhausen, de hecho, a día de hoy, si nos paramos a pensarlo vuelven, así que nos pareció ideal irnos a pasar la tarde en busca del muro de Berlín. Su caída y su arte símbolos de libertad donde los haya. El sol nos arrastró hasta un terraceo una cosa llevó a la otra y hasta Vero se animó a probar una cerveza. Hay que ver la cara de asco al mojar los labios. Es como un bebé chupando un limón. Hay que venir a Alemania y que no te guste la cerveza. Menos mal que se la trincó Marta que entre la birra y el sol estaba con unos musugorris que ni Heidi.

El placer
El asco


El cansancio


Muro arriba, muro abajo, viendo arte e interpretándolo a nuestra manera como siempre. No negaremos tener las fotos que comúnmente se sacan pero nos dejó tan “in love” la pareja He-man & Squeletor que no tuvimos más remedio que hacernos un reportaje con ellos y su “amor improbable pero no imposible”. Admirábamos los cuádriceps de Squeletor que para ser puro hueso, menuda fibra se gasta el tipo y por supuesto nos unimos a He- man para que los presentes admirasen “la magia de
nuestras melenas”.






Amor





Dejamos el arte y nos dimos a los garitos alternativos. De repente nos encontramos en una especie de estadio con gente bailando a lo loco en la calle. Enseguida nos acercamos por si nos podíamos apuntar y dar rienda suelta a lo nuestro si sonaba, por ejemplo, una de Lolita, pero resulta que eran las coreografías de un grupo que lo está petando. Ya ni nos acordamos del nombre del grupo, pero vamos, que serán los nuevos New kids o Backstreet boys de turno. Bailaba divinamente la muchachada mientras nosotras mirábamos casi con envidia y, no es que hayamos sido nosotras mucho de Boy-band pero llega a sonar “ everyboooooody….yeah!” y hubiéramos traumatizado una generación berlinesa sin ningún pudor. Y con esa sensación de estamos mayores y ya no conocemos las boyband actuales, nos fuimos a darle a la gastronomía local, codillo, salchichas y plato sorpresa a cuenta del camarero, porque estamos muy locas y nos gusta vivir al límite. Y porque Vero pincha con la bebida Alemana pero con la comida aún lo damos todo en cualquier parte.



Clark también estaba


Todo es poco para coger fuerzas para la excursión del día siguiente. Desayunamos como reinas porque nos vamos a visitar Postdam. Castillos, casoplones, el puente de los espías, paisajes espectaculares, lagos…la realeza alemana tonta no era no, el lugar es precioso, para perderte paseando, y por allí se pasearon Federico Guillermo, Federico Guillermo I, Guillermo Federico, Guillermo, Federico… ¡qué poca imaginación para poner los nombres de los monarcas de verdad! Pero no seremos nosotras quien les critique, sobre todo a uno de ellos, el rey prusiano Federico II, que se dedicó a plantar patatas como si no hubiera un mañana. Creemos que gracias a él, al ladito del codillo ponen el puré de patata además del chucrut. Eso sí, mucho plantar, muy fan pero él no las cataba, eran comida de animales y clases bajas. ¡Hay que ser idiota! ¡Lo que te has perdido por clasista! Pues el amigo Fededos está enterrado en su palacio, Sansoucci (literalmente “sin problemas”, os traducimos y todo), y reconoceréis su lugar de descanso porque la gente en vez de flores como ofrenda, le deja patatas. Los de la liga antihidratos que se limiten a pasear por los jardines que están muy bonitos también.

Desde Luego que te sientes en un cuento, en otra época, con tanto jardín y palacio no encontramos mucha conexión a nuestro mundo hasta que, nos vemos tarareando la canción que un músico callejero disfrazado de uno de los Federicos Guillermos toca con su instrumento.
Y es que, hay que tener cuajo para tocar la melodía de San Fermín con pantalón bombacho y peluca blanca de rulo cual magistrado del tribunal supremo.

Tras el paseíto de rigor por el centro del pueblo prusiano(muy chulo por cierto), la salchichamen obligada y la visita a la otra puerta de Brandeburgo pusimos rumbo a Berlín de nuevo. Lo de esta segunda puerta nos venía muy bien a las tordas, ya que nos indicaron que si seguíamos recto dábamos a parar a la de Berlín, y como ustedes saben con nuestra orientación y nuestro alemán, vimos una gran vía de rescate ante catástrofe tecnológica (si colapsa el tren o cae google maps).



















Y ya de vuelta en Berlín nos plantamos en la isla de los museos. Nos perdemos un poquito para llegar a destino y pasamos por una de las iglesias que se mantienen sin reconstruir tras la segunda guerra mundial, memoria histórica que sorprende. Perderse a veces es guay.




Tras un intenso debate nos decidimos por el Museo de Pérgamo que contiene la Puerta de Isthar de Babilonia, el altar de Pérgamo o los mosaicos del Mercado de Mileto. Lo que nos costó encontrar la puerta para ver todas esas maravillas, y aún antes de entrar presenciamos otra porque Vero, ni corta ni perezosa, le plantó delante de las narices a la señora que vendía las entradas su carnet de estudiante y su mejor sonrisa. ¡Y le hacen el descuento! ¡Sin pedirle dni ni nada! Y con la felicidad de los 6 euros de ahorro nos retiramos que al día siguiente tocaba madrugón (para variar).




Pues sí, pedimos hora para visitar el Reichstag y nos la dieron tempranito. Los parlamentarios estaban aún quitándose la legaña cuando nosotras ya íbamos arrastrando de nuevo la maleta de Marta por sitios emblemáticos. Bueno, esto hay que visitar, sí o sí. Porque las vistas son buenas, porque la cúpula es guay y sobretodo porque la combinación de bandera Alemana y el modo belleza a tope del “txinorri de Vero” nos saca fotones.









Demasiada risa acumulada llevábamos, así que volvimos al tortazo histórico. Sólo nos quedaba una tarde en la ciudad, y a Marta unas horas, así que la mandamos rumbo a casa después de visitar el  museo del memorial a los Judíos asesinados en Europa. ¡Qué mal otra vez joder! Somos únicas buscando la bajona. Y aún tenemos pendiente visitar el museo de Gernika para contrarrestar la alegría loca (si algún día nos invadiese).


Nos queda mucho de Berlín por conocer y sobre todo por salsear. Queremos su parte canalla, por lo que hemos decidido que algún día volveremos. Lo más seguro después de visitar Polonia (y darnos al drama otra vez, como si lo vieramos).
Tordas masoquistas: To be continued…..