Y el domingo… ¡hasta Dios
descansó! No es nuestro caso. Último día en Roma y hay que aprovecharlo. Somos
conscientes de que es imposible visitar todo lo que queremos ver, así que
teniendo en mente que volveremos, nos echamos a las calles.
No sabemos si lo hemos
comentado en algún momento, pero a estas alturas el cansancio es un como un
órgano más en nuestros cuerpos. Lo toleramos, nos acompaña, nos agarrota los
músculos…hay que vernos cruzando a “la romana” (a lo loco) las calles, una
agarrándose los riñones, otra medio coja estilo fraga y la otra directamente
haciendo testamento ¡menudo cuadro! Además del cansancio hemos depositado una
FFF ciega en Marta y su mapa. El mapa también tiene lo suyo, lo hemos tenido
que reconstruir a base de celo, parece el mapa del tesoro del propio Trajano
del trajín que le hemos dado. Nuestro primer objetivo, pasearnos hasta la
Basílica Santa María de los Ángeles y los Mártires. La idea es ir atajando, sin
dar vueltas excesivas, sin andar de más… Marta y su mapa no han debido entender
bien el concepto “atajo”. Vueltas y más vueltas, cuesta arriba y cuesta abajo,
no sabemos si quitarle el titulo de Torda, o hacerla Torda Honoris Causa. Para
mejorar la situación se nos ocurre empezar a comprar souvenirs para la familia
así que ahora, además de a nosotras mismas, vamos arrastrando bolsas. Sí, hay
gente que nos tiene por inteligentes.
Nos da la hora de comer y
aún no hemos llegado a destino así que, muy responsablemente, decidimos parar a
recuperar fuerzas. Suplis, pasta, pizza y una calzone monstruosa mientras
visionamos un partido de la Roma capitaneada por Totti. Nos hemos hecho un poco
de la Roma y muy de Totti porque es un tipo sencillo, canterano y humilde. Nos
comprenderéis mejor si buscáis alguna foto de Totti, ahí se ve lo buen tipo que
es.
Un par de vueltas más y
llegamos por fin a la Basílica Santa María de los Ángeles y los Mártires. Es
sorprendente porque la fachada es esta.
Pero por dentro es
impresionante, muy espaciosa y luminosa y por supuesto, ricamente adornada.
Y ya lo estábamos echando
de menos en este viaje. No sabemos por qué, pero cada vez que viajamos por el
mundo, se nos aparece un yonqui que parece recién salido de la movida
madrileña, con sus pintas de ochentero, su perfecto español y su voz de
macarrónico, esta vez nos soltó algo así como…”Venga un eurillo para que no me
chute más ¡que estoy limpio ya!”. Oye, ¡nos alegramos! Y seguimos nuestro
camino. De basílica en basílica y me cubro el hombro porque me toca, llegamos a
santa María la mayor. Se nos acaban los adjetivos descriptivos, es
espectacular, y de verdad que nuestros mierdamóviles no hacen justicia a lo que
vemos.
Se nos termina el día y
aún no hemos visitado a Clemente. Apretamos el culo y llegamos por los pelos.
De nuevo nos quedamos sin habla. Recuperamos la capacidad oratoria cuando nos
dicen que no admiten pago con tarjeta. Ya nos está mosqueando un poco esto de
que en suelo vaticano solo quieran txines en metálico. Nos rascamos los
bolsillos, literalmente. Es como cuando se acaba el bote en un poteo que se
alarga, y cada uno aporta la calderilla que le queda en el bolsillo. La
taquillera nos mira como la vaca al tren, pero nos da acceso a lo que esconde
la Basílica de San Clemente de Letrán.
Dos pisos por debajo nos encontramos una casa
privada romana del siglo I, con su altar dedicado a Mitra, sus habitaciones, su
manantial y su todo. Parece ser que
perteneció a uno de los primeros senadores romanos que se convirtió al
cristianismo, y fue lugar de reuniones clandestinas. Vamos que por aquella
época estaba prohibido ser cristiano, el rollo de seguir a Jesús y su gente era de malosos a más no poder, así que por ahí
pasaron los más punkarras de la época. Al dueño del casoplón, Tito Flavio
Clemente, le debieron pillar y además de cónsul, le dieron lo suyo y lo hicieron
mártir también.
Subiendo un piso damos un salto hacia delante
en la historia y parece ser que nos plantamos en el siglo V con el cristianismo ya como religión oficial de
Roma. Todo despiporre de murales y color para dedicar esa primera basílica al
Papa Clemente I, que debió ser contemporáneo de Tito Flavio. No queda mucho porque a los Normandos les dio
por invadir y dar fuego a todo lo que pillaban, y claro en Roma son o de
reciclar o de construir encima, así que por el siglo XI les dio por construir lo
que viene siendo la basílica actual.
Desde el siglo XVII, nos han
contado que los que cortan el bacalao (el cirio, o lo que sea en este caso) son
los dominicos, que parece que los largaron de Irlanda con viento fresco y los
acogieron aquí. Todo esto lo hemos investigado un poco a “toro pasaó”, y como
somos muy de “esta chapa que no se pierda”, os la endosamos con todo nuestro
cariño.
A estas alturas
comenzamos a darnos cuenta de que no queremos volver al hotel porque eso supone
que tenemos que hacer la maleta e irnos. Remoloneamos contemplando por última
vez el Anfiteatro Flavio (Coliseo para los nos repelentes), y empezamos a sudar
pensando en cómo vamos a meter las compras del día en una maletas que ya venían
a punto de explotar. Antes nos regalamos un último trozo de pizza en una
terraza y nos acercamos a una gellateria que tenemos fichada. Está cerca de
nuestro hotel y hemos visto italianos haciendo cola en la misma, hay que ir sí
o sí.
Dos euros pagados por
adelantado y comienza el festival de “prueba el gellatto y si te gusta te lo
pongo en el cono”. ¿Cómo no nos van a gustar si están todos buenísimos? Es
difícil elegir, pero sin duda, lo más difícil, es no amorrarse a las fuentes de
chocolate blanco y negro que tienen y con las que te rellenan el cucurucho.
Suena hasta pornográfico, pero que te rellenen el cucurucho de chocolate es una
de las mejores ideas que se le ha podido ocurrir a nadie. Si alguna vez os
proponen rellenaros el cucurucho de chocolate y encima rematarlo con nata, no
lo dudéis, decid…¡¡¡SIIIII!!! Ojocuidao,
no nos referimos a nata de bote, no no no, nos referimos a nata de la buena
coronando el magnifico gellatto.
Decidimos sentarnos en un
banquito, bajo un árbol, con música de fondo para disfrutar ese último bocado
de explosión chocolateada. Un momento idílico hasta que de repente escuchamos
un chorro, una catarata, un caer incesante de líquido y nos giramos para
visionar a una señora con el vestido remangado meando entre dos coches. Todo
muy bucólico. Qué gran imagen para llevar grabada en la retina mientras nos
enfrentamos a nuestras maletas.
Ultimo sonido del
despertador en Italia. Para variar nos lamentamos del cansancio y del dolor
articular. La humedad de las multifuentes Romanas nos viene fatal para nuestro
reuma precoz, aun así morimos de tristeza por tener que dejar la capital
Italiana en particular y el país en general. Arrastramos maletón al metro, y
cuando ya lo teníamos todo hablado, todo comentado, todo dicho… ¡las dos semanas ausencia televisiva golpean
en lo más hondo del encéfalo de una de las Tordas! Comienza la conferencia (cheli lo llama conferencia
nosotras, monologo) sobre “sensación de vivir 90210” en toda su profundidad. Los
orígenes adoptivos de Steve Sanders, el padre mafioso de Dylan Mackey, la
maravillosa y perfecta familia Walls, la superficialidad de Donna Martin y
Kelly TaYlor… y terminó en las inmediaciones del aeropuerto de Santander
mientras zampábamos unas ligeritas Hamburguesas. ¡Ojocuidao! Insisto, desde
Roma, hasta Santander. ¡Trajano de la que te has librado!
Pena infinita. Italia nos
ha conquistado. Tenemos que volver para ver la Fontana di Trevi sin andamios,
las catacumbas, perdernos entres sus calles, bebernos una copa de vino en
alguna Piazza, deslumbrarnos de nuevo entrando en cualquier iglesia, reencontrarnos
con el Lemon soda o la birra Moretti, disfrutar la gastronomía local, comprobar
que el moño en hombre sigue de moda, catar gellattos como si no hubiera un mañana,
aprender historia en cada esquina e interpretarla a nuestra manera,
maravillarnos con los lagos, canales, pueblos pesqueros, transportarnos a
escenas de grandes películas…hemos visto mucho, pero aún nos queda mucho por
descubrir así que amenazamos con volver. ¡¡¡FORZA ITALIA!!!








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