Es sábado y contra todo pronóstico
amanecemos. Agarrotadas y echas polvo, renegando de las vacaciones culturales
porque las pateadas se nos están yendo de las manos. Ya hablamos hasta en
sueños (Vero), no sabemos si en latín, arameo o en castellano de toda la life,
dominamos tantos idiomas que tenemos un cacao importante. La zurrada es tal,
que esta noche se ha caído la barra del armario y ninguna de las tres ha sido
consciente de ello. Ya podía haber entrado en nuestra habitación todo el ejército
del imperio romano con el Cesar a hombros cantando clavelitos, que nos hubiera
dado lo mismo. Lo nuestro es purita necesidad de descanso. La verdad es que
amanecemos renegando, pero enseguida nos ponemos en marcha porque a las 9:45
hemos quedado en la Piazza de España para el primer freetour del día.
Nuestra guía es
Alessandra, una arqueóloga de hablar pausado y paciencia infinita. El
recorrido terminará en el Vaticano, en
la Piazza de San Pietro pero pararemos en varios puntos de la ciudad como el
Panteón de Agripa, un templo dedicado a todos los dioses. Aquí, está enterrado
Rafael porque así lo quiso él. Nos ha llamado la atención la inscripción
tallada en su sarcófago, “Aquí yace Rafael, por el que en vida temió ser
vencida la naturaleza, y al morir, temió morir ella”.
A estas alturas ya
teníamos fichado al “tolosa” del grupo. Teo, un señor obsesionado con Napoleón,
que pilló por banda a la guía y que preguntaba absolutamente todo con respuesta
incluida, en plan… ¿no es cierto, que Cesar Augusto se tropezó en esta piedra y
al caer se acordó del padre del empedrado romano? Todos éramos conscientes del
marcaje que le hacía Teo a la guía, era implacable, ¡que chapa! Y mientras
íbamos comentando nuevos títulos como “Teo vete a paseo” o “Teo, vete de
poteo”, Marta tuvo el valor de echarle una mano a la guía. Su plan era simple
pero efectivo, preguntar a la guía local un lugar bueno, bonito y barato para
comer. No contaba con que Teo, la pesadez hecha persona, conocía un lugar con esas
características y comenzó la explicación. Las otras dos Tordas mirábamos desde
una distancia prudencial debatiéndonos entre el pánico y la risa. Ya nos
estábamos viendo protagonizando “Teo se va de comida con las Tordas y las mata
de aburrimiento”. Menos mal que todo quedó en un susto y pudimos recuperar a
Marta. Imaginaros si no qué percal, llamando a la guardia suiza para que nos
echara una mano. Por cierto, no hemos comentado el uniforme que nos lleva el
ejército vaticano.
Se quedaría a gusto el
que lo diseñó. Dicen que está inspirado en los frescos de Rafael. Nosotras lo
único que podemos pensar es que si de repente, ahora mismo, aquí, en el
Vaticano, la liamos parda y vienen estos vestidos de mamarracho a decirnos
algo… No sabemos, seguramente bajo ese colorido se encuentras auténticos
hombres de acción, pero los adultos en pololos de colores no imponen demasiada
autoridad.
Somos gente formal que
respeta los horarios de comidas así que fuimos a buscarnos la vida para llenar
el buche. Llegamos a un local blanco inmaculado, con un chico estupendo que nos
explico toda la carta de bocadillos y tras mucha indecisión (en ocasiones somos
petardas) nos decidimos por tres bokatelus sublimes y una especie de Kas de
fresa. De ahí nos fuimos al café más antiguo de Roma a tomarnos un idem, y que
nos dieran el ostión culinario del día. Menos mal que no se nos ocurrió pedir
postre porque si no alguna se tiene que quedar pasando el mocho.
Y como somos un poco
masoquistas… ¡segundo freetour del día! Esta vez de Piazza España hasta el
Coliseo. Nos libramos de Teo y nos enteramos de alguna cosilla importante.
Siempre representan a Rómulo y Remo,
fundadores de la ciudad con una loba que los acogió, crió y cuido. Esa es la
leyenda. Parece ser que la loba en
realidad era una prostituta (lupanar, luppus…investigad las raíces etimológicas
que así os entretenéis y a lo mejor os dan un cómodo sofá en la RAE). Nuestra
guía en sesión de tarde se llamaba Marta y tuvo a bien indicarnos que lo más
típico de la gastronomía romana era la pasta con salsa carbonara. La
interrogamos y nos indicó un lugar frecuentado por romanos que presume de
servir la autentica pasta a la carbonara.
No vamos a decir el nombre, nos lo guardamos, pero no tampoco hay que
ser muy avispados porque ellos, que presumen de Carbonara no se han pensado el
nombre dos veces la verdad. Tuvimos la suerte de tener el hambre y que nos
hicieran un hueco nada más llegar. Nos sirvieron y…
¡Gastrodevoción! Probarla
y saltársenos las lágrimas fue todo uno. Hubo un momento que casi nos subimos
la pasta al hombro y la paseamos por el local en procesión cantándole una
saeta. Podíamos haber vivido en la ignorancia sin saber cómo es una autentica
carbonara, pero ahora que lo sabemos podemos morir tranquilas. Y nos dejamos
morir un poco en un banquito fuera del local. Con toda la sangre en el estómago
es difícil caminar. Pues ahí estábamos con nuestras tonterías cuando para un
cochazo con chofer y lunas tintadas, y se baja una pareja directa hacia el
restaurante.
Vero y Marta- buaaa peazo
de entrada, que nivel
Cheli- sí, sí, mucho
chofer pero como no tengan reserva…- así como mohína.
V-Chica, les habrá hecho
la reserva el chofer- así como lánguida, sin que le llegue bien el riego al
cerebro.
M- con esta entrada
tienen que tener reserva fijo- así como a menos revoluciones, si normalmente va
a mil, como a unas 800 o así.
C-estos no cenan, te lo
digo.
Y efectivamente, la
pareja salió con las orejas gachas. Como acierta la Cheli cuando se pone rancia.
No hace falta cochazo para ir a comer carbonara, se puede ir como nosotras, a
lo Trajano antes de ser emperador, con los pies sucios y el dinero justo. De
camino a casa nos encontramos con un percal católico que no sabemos explicar
muy bien. Era como si se jugara un partido de Champions en el coliseo, con
luces en la fachada y cantos cristianos en los altavoces. Estuvimos a punto de
unirnos a la fiesta pero decidimos recogernos por si se nos iba de las manos la
cristiandad.



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